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lunes, 28 de enero de 2013

BUSQUEDA



 
    Hace algunos años escuchaba un programa de radio todas las tardes, en la sobremesa. El locutor se despedía invariablemente con estas palabras “Busca la belleza, es lo único que vale la pena en este asqueroso mundo”. A fuerza de repetirlo él y escucharla yo, y a pesar de una posible contradicción en sus términos, me embarqué en una expedición en su búsqueda. Por supuesto que no conocía la belleza ni lo que ello podía significar, pero aún así debía intentarlo, tanta fe ponía aquel hombre en lo que decía que tenía que, sin duda, existir.
 
   Tras larga y penosa travesía surcando mares de incertidumbre y estrechos de congoja donde la duda marcaba el norte de una brújula imaginada, arribé a un puerto, quizás también imaginario, fruto del deseo de encontrar lo que hallaba buscando, posiblemente fuese sólo una alucinación de una mente cansada y casi derrotada. 

   Pero desembarqué en él, a modo de bienvenida al extranjero divisé a lo lejos un monolito y hasta allí me dirigí. En una inscripción grabada a cincel en la piedra se podía leer “Si tu mente no lo capta, prepara entonces tu corazón”. No supe en ese momento el significado de aquellas palabras, me alejé del lugar y dediqué las siguientes horas o quizás días, a recorrer las callejuelas de aquel suburbio donde la miseria prevalecía sobre todas las cosas, las  embrutecía de una manera casi perversa. 

   Pero si os estoy contando esto es porque finalmente hallé lo que andaba buscando, sentada en un oscuro rincón apenas sí reparé en ella, de hecho tuve que desandar unos pasos porque  había pasado por alto su presencia, pero algo me hizo retroceder y fijarme en ella. Muda y solitaria me tendió la mano, juntos recorrimos senderos en los que pude distinguir signos irrevocables para mí de su presencia, si bien desteñidos por la incesante lluvia, por el barro del camino y la pobreza. Sin embargo, en la mirada de toda aquella gente que se iba cruzando en mi camino, o yo en el suyo, descubrí, sin lugar a duda, que realmente existía la belleza.

   A partir de entonces todo ha sido más fácil, la belleza no está en el objeto en sí, sino en los ojos del que mira.

                                                 Abril´2013
  

jueves, 10 de enero de 2013

SHARIFA Y YUSUTH



  
 La noche cayó sobre el bosque rápida, invitando a sus moradores diurnos  a resguardarse. Las nubes ocultaban con su imponente presencia, oscura y amenazante, el cielo. La mujer hizo caso a la advertencia y se metió en la cabaña, cálida y acogedora, aunque diminuta, el fuego guardaba la morada.
   En su interior la mujer prescindió de sus ropas de abrigo, las depositó en una percha junto a la  puerta de entrada, única puerta, junto a una pequeña ventana, única ventana, desde la que se divisaba el bosque, estaba rodeada por él. Apenas probó bocado, estaba agotada después de una jornada de itinerario continuo por senderos de ensueño. Puso unos cuantos troncos más en el fuego y se acostó en un camastro junto a la chimenea. Esa posición le permitía contemplar el jugueteo  de las llamas, pero también las extrañas figuras que se formaban en la pared, las sombras inquietas que la recorrían. Esa luz era la única iluminación de la estancia, ni luz ni agua corriente existía en aquellos lares.
   El sueño la domino pronto, fundiéndose la realidad en su imaginación dando forma a distintas imágenes que iban desfilando armadas en una trama que sólo para y ante ella cobraba significado. En un instante dado, bien entrada la noche, un aullido la hizo despertar, se revolvió en su lecho, e intentó de nuevo seguir el hilo de su sueño. Pero fue en vano, el animal no se sentía satisfecho, y continuó con su cántico desgarrador, lacerante, a la vez que recio. Cada aullido significaba un arañazo en la trama onírica de la mujer, decenas de aullidos produjeron el desgarro múltiple de su  sueño. La mujer desesperada se levantó buscando algo para repararlo. Sí, en el bolsillo de su abrigo siempre llevaba la aguja de la vida y el hilo del destino. Si se daba prisa podría recuperar su sueño. Se acercó a la percha donde había depositado la prenda y de refilón vio por la ventana que faltaba poco para el amanecer. Fue a sentarse sobre la cama, totalmente desilusionada, no tenía suficiente tiempo para tal empresa. Si amanecía antes de terminar la tarea, el sueño desaparecería para siempre, pero si lo dejaba correr, así como estaba, roto, en algún momento en el tiempo podría volver a ella y recuperarlo. La mujer, se resignó a perderlo por el momento.
   De nuevo se acercó a la ventana, las nubes grávidas habían depositado su carga en forma de manto blanco que todo lo cubría. La luna llena ya se dejaba entrever entre nube y nube. Una figura difuminada en la blancura reinante corría veloz entre los árboles, no descansó hasta atravesar el bosque y salir a campo abierto, al pie de una imponente montaña de cumbre plana. El animal miró hacia arriba  y se impulsó, en su empeño se transfiguró en ave rapaz nocturna, que con su vuelo suave y reposado alcanzó la cima. De nuevo oscuridad, una nube ocultaba la luna, pero esa situación sólo duró unos instantes. Cuando el satélite volvió a brillar el lobo, apostado en la piedra más alta de la montaña, inició un cántico majestuoso y salvaje, como nunca antes se había escuchado por aquellas montañas. Al rato, rendido pero satisfecho, abandonó el lugar. Descendió unos metros en la montaña y en un pequeño abrigo excavó en la nieve un hueco y allí se tumbó, replegado en sí mismo, a descansar...

   Sharifa, junto al fuego, comprendió que era la hora de volver a la actividad. Había preparado unas gachas que removía en una cazuela de barro. Se levantó y se dirigió a la ventana, le gustaba hacerlo cada mañana, cuando amanecía. La casa guardaba el calor residual de la chimenea, durante el día no la necesitaba, iba a estar trabajando por fuera, dónde el sol derretía las ideas y los techos de adobe. Un leve gruñido y rascar de la puerta le sacó de su ensimismamiento. Se dirigió a la puerta y abrió, allí se encontraba su fiel Yusuth, con la boca abierta y la lengua colgante, un leve gesto de felicidad en su semblante.
                                            
                                           FINAL



viernes, 23 de noviembre de 2012

LA MONTAÑA



   Ella ha sido mi protectora y más. Estuvo preñada de mi, y me expulsó de su vientre en un momento de agitación interna. Después reposé en su regazo durante tiempo inmemorial, es difícil medir el paso del tiempo cuando se es piedra. Sólo recuerdo que algunos fenómenos externos a nosotras me iban alejando poco a poco de ella, de su vientre maternal, de su protección. Resbalaba por su ladera milímetro a milímetro hasta caer por un precipicio al lecho de un barranco.
   Ese periodo lo recuerdo como de inmensa soledad, unida a mi madre únicamente por el tacto pétreo de aquel lugar, separada por una distancia insalvable de su calor. Parece ser que la incesante lluvia otoñal provocó la crecida de las aguas, una avalancha de ese líquido elemento me arrancó de aquel lugar y en volandas me llevaba hacía la inmensidad de la mar.
   El peso de mi ser pétreo no permitió un viaje más largo y fui abandonada en su orilla, en una apartada playa, donde me desarrollé como niña, con corazón de piedra, ojos de mar y ondas en el pelo. Miraba desolada al horizonte intentando avistar cualquier promontorio al que aferrar mi imaginación y regresar a través de los sueños con ella, la montaña, mi madre. No lo conseguí por aire, así que pensé en excavar en la arena un túnel tan largo como la distancia que debía de haber entre las dos.Tenía el paso del tiempo a mi favor
   El trabajo fue en vano, los días se hacían noche y las noches días. Desterré de mi esa idea justo cuando asomé la cabeza en un amplio valle  desde el que se divisaba una hilera de montañas. Ninguna de ellas era mi madre, pero ya desorientada y sin fuerzas consideré descansar allí. 
   Han pasado infinidad de estaciones, doradas, blancas, verdes y anaranjadas, quedé en este lugar rodeada de montañas y con la esperanza de algún día volver a la que me vio  nacer. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, tengo la sensación de irme adentrando en la tierra que piso. Es extraño, me pesan los pies cuando intento caminar, mi piel se cubre de escamas rojizas y mis brazos semejan ramas. No respiro de la misma manera ni tampoco necesito alimentarme, apenas duermo, y los días se han convertido en estaciones. 
   Ya no camino. Un ave que suele venir a visitarme todos los otoños me ha dicho que un ser que se me parece, un hijo debe ser, con igual latido de savia que el mío, y que habita en una montaña de un valle contiguo, va diciendo que la montaña le ha contado que una vez hace mucho tiempo, de ella nació una piedra que se convirtió en niña, que ésta se transformó en árbol y dice que es tu madre.
   Ahora estamos más cerca.
  
                                                       "El sueño de la montaña"

martes, 30 de octubre de 2012

PASEANDO EN LA NOCHE DE DIFUNTOS


    

Paseaba por el bosque, arropada por los árboles, sus hojas, la fragancia de la tierra húmeda, arrullada por el susurro del viento infiltrado , espía del momento, correveydile de los acontecimientos de su tiempo. Cuando la vi, no pude por menos que echar a volar mi imaginación... la imaginé doncella frágil atormentada por las dudas, no sabía si estar o ser, si ser pez o mariposa, sincera o mentirosa, paciente o circulante. Se arrimó al vacio, tentó su profundidad con la punta de sus dedos, extremadamente vacio... ¡es lo que necesito! En un alarde de valentía echó sus brazos atrás en señal de querer intentar el vuelo, y cuando su cuerpo quiso acompañarle, encontró que sus pies estaban fijos en el suelo. Contrariedad, enojo, cólera. ¡Este no es mi sitio, debo marchar! Pero lejos de escuchar, las raíces siguieron su camino hacia la profundidad. La joven, en vano, intentó desembarazar sus pies, sus tobillos y algo más. Pensó incluso, en cercenarlos, eliminar lo que inutilizaba su cuerpo, lo que le impedía levantar el vuelo. Miró en derredor suyo, mas nada encontró que pudiera aliviarla de tal carga... ¡no los necesito... no los necesito! terminó sollozando. Las horas pasaban en vano para ella, la tierra estaba firmemente decidida a hacerla suya. Cubrió su translúcida piel de un manto de gruesas escamas, y en señal de respeto, dejó sus brazos dispuestos a levantar el vuelo... claro, cuándo las circunstancias cambiasen.

                                Anónimo (o antónimo) comarcal

 
                                                            

viernes, 9 de marzo de 2012

LA SALIDA


"En el fragor de la batalla no se puede pensar. Tan sólo buscas la salida en este vacuo túnel que es la vida. ¿Cobardía o instinto de supervivencía?

En ese tunel encontré muchas personas, demasiadas...Todas ellas con la mirada perdida, algunas con los ojos en blanco, vagaban sin rumbo fijo. No sabía por dónde salir, me acerque a una de ellas, una mujer de larga melena oscura y tez morena. Cuando le hablé, por unos momentos dió a entender que me comprendía, quería responder, pero no lo hizo, creo que olvidó como se hace. Pero acertó a señalar con el dedo índice hacía un largo pasillo que se abría a la izquierda, para acto seguido señalar en dirección contraría, y después en otra... Allí la dejé, inmersa en un ir y venir de gestos. Me alejé de ella lo más rápido que pude contando que estaba todo mi ser ensangrentado. Agotadas las fuerzas, cayó mi cuerpo al suelo húmedo y frío de aquel lugar, recogí mis piernas, rodeándolas con un débil abrazo y se inició una suerte de convulsión entre sollozo y sollozo. No sé cuanto tiempo mantuve esa posición, sólo recuerdo que una voz me habló. No tenía fuerzas para levantar la cabeza y mirar a los ojos de mi interlocutor, solo quería dormir, descansar para siempre. La voz me dijo: "Cada uno tiene su propía salida". Ya no recuerdo nada más.
Cuando más tarde, no recuerdo cuando, abrí los ojos, me encontraba en una amplía y luminosa estancía, de un blanco refulgente. Mi cuerpo, vendado, era observado a cierta distancia por un hombre vestido, a su vez, de blanco que tomaba notas en un bloc. En ese momento pensé que ella, a su manera, también tenía razón...

"El horror de la guerra" (Extracto de la obra "Tratado de la filosofía del alma humana" - Josephine McNamara)