Ella ha sido mi protectora y más. Estuvo
preñada de mi, y me expulsó de su vientre en un momento de agitación interna.
Después reposé en su regazo durante tiempo inmemorial, es difícil medir el paso
del tiempo cuando se es piedra. Sólo recuerdo que algunos fenómenos externos a
nosotras me iban alejando poco a poco de ella, de su vientre maternal, de su
protección. Resbalaba por su ladera milímetro a milímetro hasta caer por un
precipicio al lecho de un barranco.
Ese periodo lo recuerdo como de inmensa
soledad, unida a mi madre únicamente por el tacto pétreo de aquel lugar, separada
por una distancia insalvable de su calor. Parece ser que la incesante lluvia
otoñal provocó la crecida de las aguas, una avalancha de ese líquido elemento
me arrancó de aquel lugar y en volandas me llevaba hacía la inmensidad de la
mar.
El peso de mi ser pétreo no permitió un
viaje más largo y fui abandonada en su orilla, en una apartada playa, donde me
desarrollé como niña, con corazón de piedra, ojos de mar y ondas en el pelo. Miraba desolada al
horizonte intentando avistar cualquier promontorio al que aferrar mi
imaginación y regresar a través de los sueños con ella, la montaña, mi madre.
No lo conseguí por aire, así que pensé en excavar en la arena un túnel tan
largo como la distancia que debía de haber entre las dos.Tenía el paso del tiempo a mi favor
El trabajo fue en vano, los días se hacían
noche y las noches días. Desterré de mi esa idea justo cuando asomé la cabeza
en un amplio valle desde el que se
divisaba una hilera de montañas. Ninguna de ellas era mi madre, pero ya
desorientada y sin fuerzas consideré descansar allí.
Han pasado infinidad de
estaciones, doradas, blancas, verdes y anaranjadas, quedé en este lugar rodeada
de montañas y con la esperanza de algún día volver a la que me vio nacer. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, tengo la sensación de irme adentrando en la tierra que piso. Es extraño, me pesan los pies cuando intento caminar, mi piel se cubre de escamas rojizas y mis brazos semejan ramas. No respiro de la misma manera ni tampoco necesito alimentarme, apenas duermo, y los días se han convertido en estaciones.
Ya no camino. Un ave que suele venir a visitarme todos los otoños me ha dicho que un ser que se me parece, un hijo debe ser, con igual latido de savia que el mío, y que habita en una montaña de un valle contiguo, va diciendo que la montaña le ha contado que una vez hace mucho tiempo, de ella nació una piedra que se convirtió en niña, que ésta se transformó en árbol y dice que es tu madre.
Ahora estamos más cerca.
"El sueño de la montaña"