La noche cayó sobre el bosque rápida,
invitando a sus moradores diurnos a resguardarse.
Las nubes ocultaban con su imponente presencia, oscura y amenazante, el cielo.
La mujer hizo caso a la advertencia y se metió en la cabaña, cálida y
acogedora, aunque diminuta, el fuego guardaba la morada.
En su interior la mujer prescindió de sus
ropas de abrigo, las depositó en una percha junto a la puerta de entrada, única puerta, junto a una
pequeña ventana, única ventana, desde la que se divisaba el bosque, estaba
rodeada por él. Apenas probó bocado, estaba agotada después de una jornada de
itinerario continuo por senderos de ensueño. Puso unos cuantos troncos más en
el fuego y se acostó en un camastro junto a la chimenea. Esa posición le
permitía contemplar el jugueteo de las
llamas, pero también las extrañas figuras que se formaban en la pared, las
sombras inquietas que la recorrían. Esa luz era la única iluminación de la
estancia, ni luz ni agua corriente existía en aquellos lares.
El sueño la domino pronto, fundiéndose la
realidad en su imaginación dando forma a distintas imágenes que iban desfilando
armadas en una trama que sólo para y ante ella cobraba significado. En un
instante dado, bien entrada la noche, un aullido la hizo despertar, se revolvió
en su lecho, e intentó de nuevo seguir el hilo de su sueño. Pero fue en vano,
el animal no se sentía satisfecho, y continuó con su cántico desgarrador,
lacerante, a la vez que recio. Cada aullido significaba un arañazo en la trama
onírica de la mujer, decenas de aullidos produjeron el desgarro múltiple de
su sueño. La mujer desesperada se
levantó buscando algo para repararlo. Sí, en el bolsillo de su abrigo siempre
llevaba la aguja de la vida y el hilo del destino. Si se daba prisa podría
recuperar su sueño. Se acercó a la percha donde había depositado la prenda y de
refilón vio por la ventana que faltaba poco para el amanecer. Fue a sentarse
sobre la cama, totalmente desilusionada, no tenía suficiente tiempo para tal
empresa. Si amanecía antes de terminar la tarea, el sueño desaparecería para
siempre, pero si lo dejaba correr, así como estaba, roto, en algún momento en
el tiempo podría volver a ella y recuperarlo. La mujer, se resignó a perderlo
por el momento.
De nuevo se acercó a la ventana, las nubes
grávidas habían depositado su carga en forma de manto blanco que todo lo
cubría. La luna llena ya se dejaba entrever entre nube y nube. Una figura
difuminada en la blancura reinante corría veloz entre los árboles, no descansó
hasta atravesar el bosque y salir a campo abierto, al pie de una imponente
montaña de cumbre plana. El animal miró hacia arriba y se impulsó, en su empeño se transfiguró en
ave rapaz nocturna, que con su vuelo suave y reposado alcanzó la cima. De nuevo
oscuridad, una nube ocultaba la luna, pero esa situación sólo duró unos
instantes. Cuando el satélite volvió a brillar el lobo, apostado en la piedra
más alta de la montaña, inició un cántico majestuoso y salvaje, como nunca
antes se había escuchado por aquellas montañas. Al rato, rendido pero
satisfecho, abandonó el lugar. Descendió unos metros en la montaña y en un
pequeño abrigo excavó en la nieve un hueco y allí se tumbó, replegado en sí
mismo, a descansar...
Sharifa, junto al fuego, comprendió que era
la hora de volver a la actividad. Había preparado unas gachas que removía en
una cazuela de barro. Se levantó y se dirigió a la ventana, le gustaba hacerlo
cada mañana, cuando amanecía. La casa guardaba el calor residual de la
chimenea, durante el día no la necesitaba, iba a estar trabajando por fuera,
dónde el sol derretía las ideas y los techos de adobe. Un leve gruñido y rascar
de la puerta le sacó de su ensimismamiento. Se dirigió a la puerta y abrió,
allí se encontraba su fiel Yusuth, con la boca abierta y la lengua colgante, un
leve gesto de felicidad en su semblante.
FINAL
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