jueves, 10 de enero de 2013

SHARIFA Y YUSUTH



  
 La noche cayó sobre el bosque rápida, invitando a sus moradores diurnos  a resguardarse. Las nubes ocultaban con su imponente presencia, oscura y amenazante, el cielo. La mujer hizo caso a la advertencia y se metió en la cabaña, cálida y acogedora, aunque diminuta, el fuego guardaba la morada.
   En su interior la mujer prescindió de sus ropas de abrigo, las depositó en una percha junto a la  puerta de entrada, única puerta, junto a una pequeña ventana, única ventana, desde la que se divisaba el bosque, estaba rodeada por él. Apenas probó bocado, estaba agotada después de una jornada de itinerario continuo por senderos de ensueño. Puso unos cuantos troncos más en el fuego y se acostó en un camastro junto a la chimenea. Esa posición le permitía contemplar el jugueteo  de las llamas, pero también las extrañas figuras que se formaban en la pared, las sombras inquietas que la recorrían. Esa luz era la única iluminación de la estancia, ni luz ni agua corriente existía en aquellos lares.
   El sueño la domino pronto, fundiéndose la realidad en su imaginación dando forma a distintas imágenes que iban desfilando armadas en una trama que sólo para y ante ella cobraba significado. En un instante dado, bien entrada la noche, un aullido la hizo despertar, se revolvió en su lecho, e intentó de nuevo seguir el hilo de su sueño. Pero fue en vano, el animal no se sentía satisfecho, y continuó con su cántico desgarrador, lacerante, a la vez que recio. Cada aullido significaba un arañazo en la trama onírica de la mujer, decenas de aullidos produjeron el desgarro múltiple de su  sueño. La mujer desesperada se levantó buscando algo para repararlo. Sí, en el bolsillo de su abrigo siempre llevaba la aguja de la vida y el hilo del destino. Si se daba prisa podría recuperar su sueño. Se acercó a la percha donde había depositado la prenda y de refilón vio por la ventana que faltaba poco para el amanecer. Fue a sentarse sobre la cama, totalmente desilusionada, no tenía suficiente tiempo para tal empresa. Si amanecía antes de terminar la tarea, el sueño desaparecería para siempre, pero si lo dejaba correr, así como estaba, roto, en algún momento en el tiempo podría volver a ella y recuperarlo. La mujer, se resignó a perderlo por el momento.
   De nuevo se acercó a la ventana, las nubes grávidas habían depositado su carga en forma de manto blanco que todo lo cubría. La luna llena ya se dejaba entrever entre nube y nube. Una figura difuminada en la blancura reinante corría veloz entre los árboles, no descansó hasta atravesar el bosque y salir a campo abierto, al pie de una imponente montaña de cumbre plana. El animal miró hacia arriba  y se impulsó, en su empeño se transfiguró en ave rapaz nocturna, que con su vuelo suave y reposado alcanzó la cima. De nuevo oscuridad, una nube ocultaba la luna, pero esa situación sólo duró unos instantes. Cuando el satélite volvió a brillar el lobo, apostado en la piedra más alta de la montaña, inició un cántico majestuoso y salvaje, como nunca antes se había escuchado por aquellas montañas. Al rato, rendido pero satisfecho, abandonó el lugar. Descendió unos metros en la montaña y en un pequeño abrigo excavó en la nieve un hueco y allí se tumbó, replegado en sí mismo, a descansar...

   Sharifa, junto al fuego, comprendió que era la hora de volver a la actividad. Había preparado unas gachas que removía en una cazuela de barro. Se levantó y se dirigió a la ventana, le gustaba hacerlo cada mañana, cuando amanecía. La casa guardaba el calor residual de la chimenea, durante el día no la necesitaba, iba a estar trabajando por fuera, dónde el sol derretía las ideas y los techos de adobe. Un leve gruñido y rascar de la puerta le sacó de su ensimismamiento. Se dirigió a la puerta y abrió, allí se encontraba su fiel Yusuth, con la boca abierta y la lengua colgante, un leve gesto de felicidad en su semblante.
                                            
                                           FINAL



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