De nuevo equivocada, una vez más,
una vez más el abatimiento
se instala en mi ánimo,
ya no soy capaz de soportarlo más.
Cae la noche, busco que el fuego
caliente mi cuerpo de fuera a dentro,
afuera hace frío.
Me siento ante él, lo contemplo,
las piernas cruzadas, un pie en el vacio,
otro apoyado en el suelo de mi deriva.
Cruzo los brazos en el regazo,
cuerpo inclinado hacía adelante,
cabeza hacía atras, ladeada.
Mi sombra, proyectada en la pared,
ajena a mi sentimiento,
juguetea con las llamas
en manifiesto desdén.
Cierro los ojos, conectando el mecanismo
que acciona los recuerdos,
imágenes que se superponen
en la pantalla de mis párpados cerrados.
Suave, con delicadeza, sin molestar,
caen lágrimas. Unas se despeñan,
otras, más audaces, alcanzan
la comisura de los labios,
recorriéndolos y vertiendo
su contenido dulcemente amargo
en el nacimiento de mi torso.
Las hay también que franquean
la barrera de mi boca
penetrando en mi interior,
mitigando el fuego que me abrasa.
Abro los ojos, los recuerdos escapan,
la llama se convierte en brasa,
la sombra duerme,
mi alma descansa.
Y el frío se me apodera,
no me abandona
ni dentro ni fuera.
Abril´2011
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